Dic11

“La Virgen de Guadalupe y la Hispanidad”

Durante el segundo día de trabajos del IX Foro Internacional Fe y Ciencia “Virgen Santísima de Guadalupe; vida, dulzura y esperanza nuestra”, que se lleva a cabo en la Universidad Autónoma de Guadalajara, Don Manuel Vargas de la Torre, experto en historia, filosofía y derecho; docente, autor de libros e investigador desde hace más de cinco décadas en la Universidad Autónoma de Guadalajara, expuso la conferencia titulada “La Virgen de Guadalupe y la Hispanidad”, en la cual destacó la epopeya de la conquista espiritual del nuevo mundo.

Cristóbal  Colón, el portador de Cristo, llegaba a América, sobre la nave capitana “La Santa María”.  Traía el corazón de España para sembrarlo en estas tierras y cuando la Cruz se hincó en las playas del  “Nuevo Mundo”,  se completó la redondez de la Tierra y el Imperio de Dios en los límites occidentales.

A su regreso, Colón llevaba evidencias de su presencia en América, destacando un indígena. Los ojos brillaron de admiración; los de la Reina Isabel brillaron de lágrimas. Bajó del trono, se encaminó al indio y lo besó. En aquel beso de España nació la Hispanidad. Isabel la Católica fue la primera madre de España.

 

España acogió  con profundo amor la maternidad del continente recién descubierto, lo atestigua el testamento de la Reina Isabel: “… De acuerdo a mis deseos, de enseñar  y doctrinar buenas costumbres e intuir en la fe católica, mando a la princesa, mi hija y al príncipe, su marido, que así lo hagan… y no consientan que los indios reciban agravio alguno…”

La Hispanidad es la unidad espiritual, un estilo del alma española, un soplo vital que invade toda la historia de España en su pasado, es rebeldía contra lo extraño; España se rebeló contra el arrianismo, el islamismo,  Lutero, la Reforma contra la hoz y el martillo. Hispanidad es virilidad estoica, es el arrojo a la aventura, es una visión de una jerarquía fija donde lo espiritual está sobre lo material, es la esencia del caballero cristiano, pero la raíz  de España es teológica.

La teología de una nación, es el conjunto de relaciones que un pueblo  tiene con Dios.

España ve su modelo en la Madre de Dios. El mejor canto de España ha sido a María. María vive en la historia de España. Ella le dio la Reconquista, el triunfo de Lepanto y el Rosario. Ella le ha dado el don de la Hispanidad, por cuanto hispanidad es el conjunto de valores cristianos.

El 18 de febrero de 1519, bajo el patrocinio del Apóstol Santiago y después de oír la Santa Misa, Hernán Cortés se hacía a la mar, desplegando al aire su bandera, ostentando en campo blanco y azul una cruz de fuego  y con una inscripción en latín: “Amigos sigamos la Cruz, y si tuviéramos fe en esta señal, venceremos”.  Así desde el primer momento  en que emprendía la epopeya, fue la Cruz el signo de su conquista y que sellaría para siempre, la existencia de América.

Cualesquiera que fuesen los intereses materiales de los conquistadores, por mucha codicia que en su ánimo hubiere y por violentas que fueren sus humanas pasiones, lo cierto es que por encima de esas miserias, propias de los soldados rudos y  aventureros audaces, un ideal superior, intenso, vivo, nutría medularmente el impulso básico de su esfuerzo; propagar la fe católica, derramar la savia del Evangelio, establecer el predominio de la Cruz, enraizar vigorosamente el pensamiento católico y más particularmente su fisonomía mariana; llevar al fondo de las almas de los pueblos un amor vibrante, varonil, filial a la gloriosa siempre Virgen María.

Durante tres siglos fuimos a España, nuestra gloriosa Edad Media.

Aún antes de consumada la Conquista, como se ve en la  Primera Carta de Relación al Emperador, Cortés  le pedía que mandara frailes para la conversión de los aborígenes. Así llegaron, entre otros de aquellos primeros 12 frailes franciscanos, Fray Pedro de Gante y Fray Toribio de Benavente, apodado por los indios: “Motolinia”, que quiere decir pobrecillo.

Más tarde vendrían los dominicos, agustinos, jesuitas,  pero en la obra de la Conquista falta algo. Por encima de la unidad política, persistía en el fondo la división, la pugna, el desdén del vencedor, el rencor del vencido, y,  no bastaba, para borrar esas huellas tan profundas, la ímproba, la inagotable caridad, el esfuerzo heroico y sublime del misionero. Era necesario  algo más, algo superior al más enérgico y vital de los más recios empeños humanos. Era necesario para unir, para fusionar, para crear un compacto bloque la intervención de una fuerza poderosa y extraña, que viniera a realizar el prodigio de la verdadera, definitiva y suprema fusión en una síntesis plena, CREANDO EN FIRME Y PARA SIEMPRE  LA NACIONALIDAD MEXICANA, que con la conversión de los pueblos idólatras a la Ley de Dios, amainara los vestigios de la lucha, FORJANDO CON VENCEDORES Y VENCIDOS LA NUEVA  NACIÓN.

Cuando los hombres comprendieron que eran lentos sus esfuerzos, en auxilio de España,  vino una más alta conquistadora  e Isabel cedió su puesto a la Madre de Dios.

“Mujer he ahí a tu hijo”, dijo otra vez Cristo a María. “Hágase en mí según tu palabra”, y descendió revistiendo la forma de cierva, para nosotros los mexicanos y para nuestra redención.

La Virgen pide un templo para manifestar su amor a todos, sin hacer distingos, en su amoroso seno acogió a los antiguos pobladores y a los recién llegados; a unos y a otros  los recibe como elementos constitutivos de la nacionalidad que habría de brotar de la FUSIÓN DE TODOS. ELLA SALVÓ A LA RAZA  DEL EXTERMINIO POSIBLE, POR ESO LA MÉDULA DE LA HISPANIADAD POSEE UN CONTENIDO TRASCENDENTE DE PENSAMIENTO CATÓLICO,  A CUYO CALOR MARIANO SE UNIERON LAS DOS RAZAS DEL PUEBLO QUE FORMAMOS, UNA Y OTRA  SE APROXIMARON CUANDO TUVIERON UN LUGAR COMÚN: EL TEPEYAC; ALLÍ SE ANUDÓ LA RAZA Y SE FORJÓ LA PATRIA.

La pura aparición de la Santísima Virgen hubiera bastado para la conversión de los aborígenes, pero quiso servirse de los misioneros. Le bastó una palabra: “¡Hijito!”,  desde esa hora México cree a prueba de siglos y sangre.  Desde entonces México ama a sangre y fuego a Cristo Rey y a su Reina. Desde entonces México habla español, idioma que usó Cervantes para hablar a la humanidad y Santa Teresa para hablar con Dios.

España fue grande cuando tuvo el don de la caridad, cuando su corazón tuvo la capacidad de amar a  20 pueblos, era la plenitud que pasó como ráfaga de fuego de Dios por el corazón de Isabel, de Cortés, de aquellos misioneros que forjaron para siempre el alma de México.

México se rinde ante la Madre de Dios en su advocación de Guadalupe. Ella introdujo el amor que aglutina a las almas mexicanas para formar la patria. ¡Pueblos marianos, español y mexicano unidos en contienda de devoción y amor a la Madre de Dios. Ella nos introdujo la levadura del martirio que es prenda de predilección que germina en tiempo oportuno ¡Bendita hora en que supimos morir por Cristo y por María! ¡Hora  que  en los árboles de los caminos pendían los frutos del martirio! ¡Hora en que cada monte pudo ser y fue un Calvario! ¡Hora en que en los paredones las balas escribían con sangre! “¡Viva Cristo Rey!” ¡Hora en que el mexicano caía boca abajo para besar la tierra que besó su Madre!

¡España! Tenemos una deuda que no hemos pagado. Fue poco lo que te dimos. ¡Fue mucho lo que nos diste! Es preciso decirte ahora: ¡Gracias por el corazón materno de tu Reina Católica!  ¡Gracias por el padre Hernán Cortés!  ¡Gracias por aquellos españoles que allá y aquí supieron comprender y amar a México! ¡Gracias por la legión preciosa y santa de franciscanos, agustinos, dominicos y jesuitas¡ ¡Gracias por el nombre con que nos bautizaste que es el tuyo: Nueva  España! ¡Gracias por las Leyes de Indias! ¡Gracias por este idioma en que te doy las gracias¡

ESPAÑA Y MÉXICO ESTÁN UNIDOS EN UNA LEVADURA DE FE, DE MARTIRIO Y DE AMOR. ESTÁN UNIDOS PORQUE TIENEN UNA MADRE. SI HISPANIDAD ES ESTO, LA MADRE DE LA HISPANIDAD ES MARÍA. Común destino España y México están unidos en Santa María de Guadalupe y lo que Ella unió, nadie lo puede separar.

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